Aunque no son plantas autóctonas, las chumberas forman parte desde hace mucho del paisaje natural de la costa granadina, y su fruto, el chumbo, es muy popular en época estival. Si bien su comercialización es prácticamente testimonial, los propietarios de fincas agrícolas o cortijos que cuentan con esta especie de cactus no pierden oportunidad de recogerlos y consumirlos, o bien repartirlos entre familiares y amigos.
Pero desde hace algunos años, y el actual en particular, estas plantas se están viendo afectadas por una voraz plaga que las está poniendo en peligro, y que si sigue en aumento podría amenazar su pervivencia. Se trata de la conocida como cochinilla del carmín (dactylopius coccus), un insecto inofensivo para el ser humano pero que, al posarse sobre las chumberas, absorbe su savia y las va debilitando, hasta que termina secándolas, momento en que se desplazan a otras cercanas para continuar con su acción.
Este insecto se utiliza desde hace muchos siglos para extraer un potente tinte natural de color rojo intenso, y cuyo uso fue muy extendido hasta que surgieron los tintes artificiales. De esta cochinilla llegada desde América Central, y que se alimenta exclusivamente de cactus -principalmente paleras o chumberas-, se extrae de forma industrial el ácido carmínico o colorante E120, usado en una gran variedad de productos tales como tinturas para telas, medicamentos, jabones, cosméticos, alimentos o bebidas. No debe confundirse con la cochinilla de los cítricos, que es muy diferente.
La plaga surgió en la región de Murcia, y desde allí comenzó a extenderse hacia Andalucía a través de Almería, llegando posteriormente a Granada y a Málaga. No se conoce el motivo de su propagación, aunque se cree en esa comunidad autónoma había fincas que se dedicaban a cultivar la cochinilla para extraer el carmín, y que por descuido terminó proliferando.
En Murcia está ya muy extendida, y nuestra provincia va por el mismo camino, hasta el punto de que afecta en torno «al 80 o 90 por ciento de las chumberas», según explica el ingeniero técnico agrícola Santiago Navarro, quien añade que «muchas de ellas están en zonas que no son de nadie y por tanto no son tratadas, y entonces son el peor foco de infección que puede haber». Señala asimismo que «todas las plagas nuevas nos pillan a todos por sorpresa y afectan mucho hasta que se llegan a controlar, disminuyendo mucho la población de plantas».
Solución
Navarro es además técnico y comercial de la empresa Agroquímicos Esteban de Salobreña, donde diariamente acuden agricultores y propietarios de chumberas en busca de una solución al problema. «Es raro el día que no llegan dos o tres personas preguntando qué les pasa a las pencas y consultando alternativas», indica. El primer síntoma de infección son unas manchas blancas algodonosas que se adhieren a las pencas, y que al apretarlas o removerlas desprenden un líquido rojo carmín.
Las formas de combatir la plaga van en dos líneas diferentes. Si los síntomas son leves, la materia algodonosa puede retirarse manualmente, para luego frotar con un cepillo y agua jabonosa las palas de las chumberas. En este caso se trata de jabón potásico o fosfórico. Pero hay que asegurarse de eliminar los restos, pues si el insecto cae en la tierra volverá a atacar a la planta.
Si la infección estuviera ya extendida, se debe recurrir a otros tratamientos que pueden ser tanto químicos como ecológicos, de los que el ingeniero agrícola recomienda siempre «una mezcla de los dos, pues no se puede solo con lo ecológico ni tampoco solo con lo químico». Explica que habitualmente se utilizan dos materias activas «que van bastante bien, dimetoato al 40% por ciento y clorpirifos al 48%, bien alternándolas o bien mezcladas con algún jabón». Pero incide en que hay que tener constancia en su aplicación, «cada diez o quince días, pues de lo contrario, cuando nos damos cuenta, están llenas y la plaga es ya muy difícil de erradicar».
Su aplicación es foliar, sobre las mismas pencas, ya que esta planta «tiene las raíces muy profundas y no suele absorber bien las materias activas». Al echarse directamente sobre la plaga, se recomienda utilizar estos productos con algún jabón o aceite «para que el recubrimiento sobre la penca sea mayor, pues es como un algondoncillo que no deja que penetre bien la sustancia».
Si se quieren consumir los chumbos, una de las claves es atajar la plaga a tiempo, pues los tratamientos son a base de materias activas residuales de cierta intensidad, por lo que debe transcurrir un plazo de al menos dos semanas para poder coger los frutos, cuyo periodo de recolección habitual son los meses de agosto y septiembre.
En caso de que la infección sea de gran extensión, la recomendación habitual suele ser cortar las palas y enterrarlas. No obstante, Santiago Navarro señala que «al enterrar la plaga no la matas, sigue ahí, y puede salir fuera y volver a infectar». Por tanto, aconseja sulfatar las palas con unas dosis muy altas antes de enterrarlas para matar toda la plaga.
Para no llegar a esos extremos, lo que se recomienda es prevenir antes que curar. Por tanto, cuando se detecten pequeños indicios de plaga hay que iniciar el tratamiento, pues en esos casos ya es casi seguro que irá a más. No existen medidas preventivas de carácter cultural que se puedan aplicar a estos casos, por lo que la única solución es acudir a los tratamientos existentes.
Navarro confía en que la situación se estabilice a medio plazo a través de enemigos naturales que ataquen a esta cochinilla, pero al no ser autóctona, de momento no lo tienen. Indica que «todas las plagas encuentran al final su enemigo natural, aunque para ello siempre pasan dos, tres, cuatro o cinco años». Habitualmente las empresas de control biológico desarrollan los insectos necesarios para combatirlas, aunque con esta planta se da un caso especial, y es que al dar un fruto de consumo particular y no tener un mínimo volumen de comercialización, no existe interés económico para investigar en ese sentido. Por tanto, de momento los propietarios de estas plantas siguen combatiendo esta plaga que las amenaza.