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Gestión de la Diversidad (I)

Hay que planificar inicialmente llamar el diseño de la finca (explotación). En un primer estudio, deben tenerse en cuenta todos los puntos que serán claves para el establecimiento de un cultivo sano: orientación, flora silvestre, rusticidad y biodiversidad del cultivo, entorno de la parcela, etc.

Las condiciones físicas, químicas y biológicas del suelo son de gran importancia. Las distintas especies hortícolas tienen exigencias diferentes, pero, en general, los buenos suelos en horticultura son: fértiles, con alto contenido en materia orgánica, profundos, de textura media y bien estructurados, como consecuencia suelen presentar una gran actividad biológica.

 

Un adecuado drenaje es siempre necesario para mantener una buena salud en el suelo y las plantas. Si no están presentes los puntos anteriores hay que procurar establecerlos en el período de conversión a la horticultura ecológica.

Elementos de manejo agronómico para introducir diversidad en los agrosistemas:

– Setos o cerramientos vegetales

– Variedades locales

– Rotaciones y asociaciones de cultivos

– Gestión de las cubiertas vegetales

– Manejo del suelo (fertilización)

No hay que olvidar, porque son fundamentales, los aspectos de la cultura agraria y de la agricultura campesina y tradicional. La agricultura ecológica reconoce como una de sus fuentes de conocimiento a la agricultura tradicional que ha sabido crear y mantener agrosistemas productivos y sostenibles a lo largo del tiempo; mostrándose eficiente en el uso de los recursos naturales y las energías; y siendo destacable también su papel como creadora y conservadora de biodiversidad agrícola.

Los sistemas agrarios tienen sentido a escala local, ya que responden a la base de los recursos locales disponibles y a la forma en que sociedad rural los utiliza, adaptándose a ellos y transformando el medio. Se puede hablar de una coevolución entre sociedad y medio natural cuyo fruto son los agroecosistemas locales. Así las tradiciones, las costumbres agrícolas, las técnicas y épocas de trabajo, tienen una lógica interna que responde a esta coevolución que da como resultado el mantenimiento de una sociedad humana en su agroecosistema. Por ello al plantearse la horticultura ecológica en cada comarca, en cada localidad, hay que tener en cuenta en primer lugar, el aprovechamiento de la cultura agraria local, en la que están las líneas básicas a respetar en el diseño de esta nueva iniciativa.

Los setos en la agricultura.

Principales ventajas:

  • Aumentan la diversidad biológica, que normalmente está bastante simplificada. Se ha podido demostrar en varios estudios la influencia positiva en la regulación de plagas por la presencia de setos vivos que sirven de refugio a pájaros y artrópodos parásitos y depredadores.
  • Actúan como cortavientos, con una mejora microclimática y de rendimientos en la zona protegida de los vientos dominantes.
  • En parcelas con pendiente actúan como protección frente a la erosión y mejoran la infiltración del agua de las lluvias. Se puede recoger un aprovechamiento económico con especies vegetales melíferas, de frutos comestibles, plantas aromáticas, refugio de la caza, obtención de leña, etc.
  • Aumentan la belleza del paisaje bordeando caminos, lindes, barrancos y zonas en general sin cultivo, pero también tienen cabida dentro de la explotación, separando parcelas, corrigiendo desniveles o protegiendo zonas.

 

Entre los inconvenientes cabe señalar:

  • Ocupan entre un 2 y un 5% de la superficie de la explotación, en función del tamaño de la parcela y del tipo de seto de que se trate.
  • Necesitan instalación, mantenimiento y regeneración periódica.
  • Dificultan algunas labores porque restan espacio para que la maquinaría de vueltas con soltura.
  • Para establecer los setos conviene tener en cuenta las siguientes observaciones:
  • Se deben utilizar las especies características del lugar de que se trate. El diseño ideal seria conseguir que el bosque autóctono penetrara en los cultivos creando una retícula de vegetación.
  • El seto no debe ser impermeable a los vientos dominantes. Conviene alternar especies de gran crecimiento con otras de mediano y bajo desarrollo, formando una arquitectura vegetal variada.
  • Es importante conocer la época y duración de la floración, así como el valor de cada polen y néctar como atrayente de fauna auxiliar.
  • Las coníferas no son muy adecuadas por la poca diversidad biológica que soportan. Son más interesantes los planifolios.
  • Legalmente las distancias al linde vecino son de 0.5 m para setos de hasta 2 m de altura, y 5 m para árboles de más de 5 m de altura.

Importancia de las variedades tradicionales.

Del entorno cultural, del que ya se ha destacado la importancia de los saberes culturales tradicionales, cabe destacar como mejor herencia la gran riqueza genética que supone disponer de un amplio catálogo de variedades locales y tradicionales que nuestros antepasados domesticaron y modelaron a partir de las formas silvestres o del intercambio de material vegetal.

El material que nos han legado es inmenso, en el ámbito mundial encontramos más de 50 especies cereales, 1.100 plantas comestibles por los frutos o las semillas, 700 por las hojas o las raíces, más de 300 para la obtención de grasas y más de 200 para la obtención de bebidas alcohólicas. Ésta es la variabilidad en el número de especies distintas, pero es que además existe una gran riqueza de variedades agrícolas dentro de cada especie, de tanta o mayor importancia ya que ellas representan la adaptación a las condiciones climáticas, edáficas, etc. de cada localidad: Así se dispone de centenares de cultivares comarcales, incluso locales,

de las principales especies hortícolas.

Pues bien, desde hace unas décadas, se ha ido olvidando, marginando y perdiendo de forma irreversible este patrimonio. En los últimos 50 años se ha perdido el 75% de la diversidad genética (García, 1997). La FAO estima que cada año se pierden 50.000 cultivares vegetales de interés para la agricultura y la alimentación. La causa principal es la sustitución de las variedades tradicionales por otras variedades mejoradas genéticamente; estas variedades responden a un determinado tipo de agricultura que consume grandes cantidades de abonos químicos, herbicidas y otros fitosanitarios, porque sólo así muestran su potencial productivo.

Con la pérdida de material autóctono no solo se hipoteca el crecimiento de modelos agrícolas diferentes a los agroindustriales, sino que se pierde la capacidad de los agricultores de gestionar los recursos fitogenéticos. Cuando se pierde una variedad local se pierde parte de nuestra historia, de nuestra identidad, y también los saberes asociados al cultivo de esas semillas. La solución pasa por recuperar el uso de estas variedades, recordando su calidad específica y la especificidad de su localismo, regulándolas en denominaciones de origen, de forma que el consumidor, informado y sensibilizado, valore la calidad, la información cultural que representan y la conservación de recursos naturales y formas de vida que supone su cultivo; para lo cual es necesaria su colaboración consumiéndolas.

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En estos momentos se puede afirmar que el ciclo histórico que ha propiciado la generación de nuevas variedades agrícolas con valor como recurso genético ha terminado. Este material nuevo se ha generado en sistemas de agricultura tradicional, en el que la selección según necesidades agronómicas, el intercambio y la mezcla han dado lugar a la gran cantidad de biodiversidad agraria actual.

La auténtica catástrofe para la biodiversidad de los países ricos se encuentra en la irreparable pérdida de sus sistemas agrarios tradicionales. Aunque en los últimos años se reconoce el papel del agricultor como generador de biodiversidad, es más difícil facilitar medidas para que siga generándola y conservándola; se desconfía del agricultor como productor de semillas, porque en

sus manos «las variedades degeneran». La pérdida de autosuficiencia y autoabastecimiento a nivel local es un hecho real. (Toledo, Soriano, 2000) Para intentar paliar en parte la enorme erosión genética que se está produciendo, en la actualidad se dispone de los conocidos Bancos de germoplasma o de semillas: centros, generalmente oficiales, donde se recoge y almacena material genético en peligro de extinción o no, procedente de los centros fitogenéticos o de los agricultores. En estos «bancos» se conservan colecciones de semillas realmente importantes, a la espera de poderse utilizar.

Variedades locales y horticultura ecológica.

La horticultura ecológica supone un incremento de la diversidad biológica presente en sus sistemas de producción. Esta diversidad es necesaria por la estabilidad que proporciona al agroecosistema, con grandes ventajas sanitarias, de reciclado de nutrientes, mejora de los procesos hidrogeológicos, creación de un microclima local y protección contra la erosión del suelo.

El uso de variedades locales es una componente muy importante de la diversidad de las parcelas hortícolas ecológicas, ya que estas especies muestran mejor adaptación a las técnicas de cultivo tradicional, en general sin grandes insumos, así como a las características climáticas, edáficas y sanitarias de la zona o comarca, manteniendo la diversidad genética, tan necesaria y tan comprometida.

Por otro lado, un aspecto poco considerado por los agrónomos dedicados a mejora genética son las características de calidad específicas de este tipo de variedades. Las variedades locales pueden ofrecer sabores, aromas, formas o colores distintos a los estándares actuales. Una calidad organoléptica cada vez valorada más positivamente por los consumidores, sobre todo en frutas y hortalizas.

Así pues la agricultura ecológica aparece como el entorno más adecuado para el mantenimiento de la biodiversidad, ya que su objetivo es encontrar aquellas variedades que se adapten a los agroecosistemas locales, en lugar de modificar estos con fertilizantes, agua o pesticidas, junto a otros mecanismos no sostenibles. Concretamente las variedades tradicionales pueden ofrecer una mayor resilencia ante problemas de cultivo, basada en resistencias ligadas a una mayor diversidad entre los individuos, ya que las poblaciones son menos homogéneas, o lo que es lo mismo son más heterogéneas. También pueden mostrar mayor adaptación a las fluctuaciones estacionales de nutrientes, ajustándose a la liberación natural según la actividad del suelo aumenta. Esta característica junto a un mayor vigor o capacidad para competir o convivir con las hierbas adventicias no es buscada por los mejoradores convencionales.

En estos momentos se puede afirmar que el ciclo histórico que ha propiciado la generación de nuevas variedades agrícolas con valor como recurso genético ha terminado. Este material nuevo se ha generado en sistemas de agricultura tradicional, en el que la selección según necesidades agronómicas, el intercambio y la mezcla han dado lugar a la gran cantidad de biodiversidad agraria actual.

La auténtica catástrofe para la biodiversidad de los países ricos se encuentra en la irreparable pérdida de sus sistemas agrarios tradicionales. Aunque en los últimos años se reconoce el papel del agricultor como generador de biodiversidad, es más difícil facilitar medidas para que siga generándola y conservándola; se desconfía del agricultor como productor de semillas, porque en

sus manos «las variedades degeneran». La pérdida de autosuficiencia y autoabastecimiento a nivel local es un hecho real. (Toledo, Soriano, 2000) Para intentar paliar en parte la enorme erosión genética que se está produciendo, en la actualidad se dispone de los conocidos Bancos de germoplasma o de semillas: centros, generalmente oficiales, donde se recoge y almacena material genético en peligro de extinción o no, procedente de los centros fitogenéticos o de los agricultores. En estos «bancos» se conservan colecciones de semillas realmente importantes, a la espera de poderse utilizar.

Variedades locales y horticultura ecológica.

La horticultura ecológica supone un incremento de la diversidad biológica presente en sus sistemas de producción. Esta diversidad es necesaria por la estabilidad que proporciona al agroecosistema, con grandes ventajas sanitarias, de reciclado de nutrientes, mejora de los procesos hidrogeológicos, creación de un microclima local y protección contra la erosión del suelo.

El uso de variedades locales es una componente muy importante de la diversidad de las parcelas hortícolas ecológicas, ya que estas especies muestran mejor adaptación a las técnicas de cultivo tradicional, en general sin grandes insumos, así como a las características climáticas, edáficas y sanitarias de la zona o comarca, manteniendo la diversidad genética, tan necesaria y tan comprometida.

Por otro lado, un aspecto poco considerado por los agrónomos dedicados a mejora genética son las características de calidad específicas de este tipo de variedades. Las variedades locales pueden ofrecer sabores, aromas, formas o colores distintos a los estándares actuales. Una calidad organoléptica cada vez valorada más positivamente por los consumidores, sobre todo en frutas y hortalizas.

Así pues la agricultura ecológica aparece como el entorno más adecuado para el mantenimiento de la biodiversidad, ya que su objetivo es encontrar aquellas variedades que se adapten a los agroecosistemas locales, en lugar de modificar estos con fertilizantes, agua o pesticidas, junto a otros mecanismos no sostenibles. Concretamente las variedades tradicionales pueden ofrecer una mayor resilencia ante problemas de cultivo, basada en resistencias ligadas a una mayor diversidad entre los individuos, ya que las poblaciones son menos homogéneas, o lo que es lo mismo son más heterogéneas. También pueden mostrar mayor adaptación a las fluctuaciones estacionales de nutrientes, ajustándose a la liberación natural según la actividad del suelo aumenta. Esta característica junto a un mayor vigor o capacidad para competir o convivir con las hierbas adventicias no es buscada por los mejoradores convencionales.

Rotaciones de cultivos.

Las rotaciones de cultivos son un pilar básico de la horticultura ecológica y en general de la agricultura ecológica. El conocimiento de
la necesidad de las rotaciones se remonta a los orígenes de la agricultura. Para mantener la fertilidad era necesario dejar descansar la tierra después de recogida la cosecha. La primera mejora de esta situación se introdujo con el sistema «sideral» en el que se siembra un cultivo mejorante del suelo, después de la cosecha, con el objetivo de segarlo e incorporarlo para que se beneficie el cultivo siguiente.

El sistema evoluciona con la introducción de nuevos cultivos, con el perfeccionamiento de estas sucesiones aparecen las rotaciones, ya que al entrar más plantas en cultivo es necesario conocer y combinar las características de las mismas para que se mantenga la fertilidad del suelo sin perder rendimientos.

Las rotaciones han constituido la base de la agricultura tradicional, hasta que con la llegada de la agricultura industrial, derivada de la revolución verde, con el empleo de biocidas (insecticidas, fungicidas, herbicidas, desinfectantes, …) y fertilizantes solubles de rápida asimilación, éstas se hicieron aparentemente innecesarias ya que las limitaciones que ayudaban a paliar, como el control de flora arvense y plantas adventicias (malas hierbas), plagas y enfermedades, ahora se soluciona con prácticas modernas, que como se ha podido conocer después tienen consecuencias a corto y largo plazo sobre la alimentación, la agricultura y el medio ambiente.

Son numerosos los estudios sobre conservación de suelos que citan la importante función que desempeñan las rotaciones y asociaciones de cultivos, junto al manejo adecuado de las cubiertas vegetales naturales (flora adventicia) o artificiales (abonos verdes) y otras prácticas culturales, en la conservación y mejora de las propiedades del suelo, actuando como factores de conservación del mismo, frente al monocultivo que, con épocas de suelo desnudo, es un factor de riesgo que incrementa las pérdidas por erosión hídrica y eólica.

Estas propiedades protectoras son de gran interés para mantener una agricultura sustentable en la cuenca mediterránea, en la que existen áreas vulnerables a la desertificación. Más del 50% de los suelos agrícolas de la cuenca mediterránea están afectados seriamente por la erosión, y el fenómeno se incrementa.

El paso de los policultivos al monocultivo es una de las principales causas de la erosión del suelo. La presión de las prácticas agrícolas intensivas sobre el suelo cultivable tiene como consecuencia el aumento de la erosión, con graves repercusiones

económicas y sociales. Se han encontrado diferencias muy importantes en la erosión anual de una hectárea de cultivo según su conducción: así una rotación de maíz-trigo-pasto perdía 6,7 t/ha/año, frente a casi 50 t/ha/año cuando el cultivo era continuado de maíz (Mateu, 1992). Boix y otros autores (2000), relacionan la vegetación presente con los arrastres de suelo producidos por lluvia, resultando ser la presencia de vegetación el factor crítico para limitar el arrastre de suelo. Meza y Alisu (1999) estudiando las tasas de erosión de cultivos herbáceos en secano concluyen que si, en la elección de cultivos, sólo se busca maximizar beneficios, la erosión presente es de 10,56 t/ha/año, mientras que si se busca minimizar la erosión incorporando prácticas conservativas, la erosión se reduce a 4 t/ha/año.

Con el abandono de las rotaciones el suelo pierde protección, aumenta la erosión y disminuye su cantidad de materia orgánica. Esto obliga a una mayor utilización de fertilizantes a fin de mantener las producciones esperadas, creando a corto plazo dependencia de las energías no renovables mientras que a largo plazo significa cambiar el humus, como base de la fertilidad, por fertilizantes no renovables y con efectos que en algunos casos alteran las características de los suelos, ade-más de su relación con los procesos de contaminación de las aguas superficiales y subterráneas (Mateu, 1992).

Desde el punto de vista de la sanidad de los cultivos, al desaparecer las rotaciones de cultivos aumenta la incidencia de plagas y enfermedades, ya que al no poder ser controladas con la alternancia debe recurrirse a los pesticidas, cuyo uso está estrechamente ligado a los fertilizantes, ya que ambos han posibilitado la aparición de los monocultivos.

La ausencia de rotación de cultivos también se muestra relacionada con una de las patologías más frecuentes en los monocultivos intensivos actuales: la «fatiga del suelo», en la que aumenta la incidencia de plagas y enfermedades de las plantas, presentando éstas mínima resistencia a las adversidades y repercutiendo en un descenso de la producción y los beneficios finales. Si los cultivos sensibles (u hospedadores) se alternan con otros no sensibles (tolerantes) se puede reducir la transmisión de plagas y enfermedades que tienen su origen en el suelo. La rotación de cultivos es un remedio contra la «fatiga de suelos» ya que evita sus causas, al promover la actividad biológica presente y una fertilidad estable que impide la debilidad en los cultivos y favorece por tanto su resistencia natural a las enfermedades y plagas.

¿Cómo diseñar una rotación de cultivos hortícolas?

El primer factor a considerar en el diseño de una rotación de cultivos es la fertilidad y estructura del suelo. La influencia, buena o mala, sobre el cultivo siguiente se produce a través del estado en el que queda el suelo. Hay que conocer el estado en que deja la tierra cada cultivo. Las familias botánicas a las que pertenecen facilitan una primera idea básica.

  • Los cereales dejan una buena estructura en el suelo, aunque queda bastante compactado y pobre en N, ya que son buenos consumidores.
  • Las plantas de escarda son de alto rendimiento y muy exigentes en las condiciones del cultivo, grandes consumidoras de humus y N. Sus raíces superficiales apenas mejoran el suelo. Suelen ser los cultivos principales y los que reciben la mejor fertilización.
  • Las crucíferas aportan una gran masa vegetal, sus raíces profundas elevan los elementos minerales y esponjan el suelo, son pues cultivos mejorantes, aunque aquellos cultivares para consumo en fresco realizan grandes extracciones.
  • Las leguminosas fijan el N del aire, sus raíces mejoran la estructura del suelo, pueden cultivarse para grano, como forraje o, como abono verde, aportando en este caso elementos minerales y activando la vida microbiana. Las mezclas de cereales y leguminosas para enterrar en verde suelen ser los mejores precedentes.
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Desde antiguo se conoce que no se debe repetir cultivo en la misma parcela, siendo deseable que transcurra un espacio de tiempo variable en función de la especie y de la problemática sanitaria sufrida, siendo recomendable que pasen 3-4 años, a veces más, antes de volver a establecerlo. Incluso se extiende la prohibición a los cultivos de la misma familia botánica o del mismo tipo de vegetación, por entender que tienen necesidades y problemáticas semejantes. Podemos hacer los siguientes grupos:

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Otro efecto interesante de las rotaciones es el control de la flora adventicia que se puede conseguir. Al igual que un desequilibrio del suelo puede provocar la invasión de alguna adventicia que puede comprometer al cultivo, el hecho de establecer cultivos que necesitan labores específicas limitará el desarrollo de las adventicias. En concreto hay cultivos que requieren numerosas escardas y dejan el suelo limpio, al igual que algunas leguminosas como la alfalfa que con su poder para producir una gran biomasa asfixia a las otras hierbas. Incluso se puede plantear la rotación con el objetivo de controlar una determinada especie de hierba adventicia, en cuyo caso se debe establecer un cultivo de la misma familia que la hierba a controlar, ya que al tener las mismas exigencias pero ser más vigorosa puede desplazar a la adventicia.

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María José Martínez Pardo

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