2018 será recordado por los agricultores y ganaderos como un mal año por su falta de equilibrio. Y es que las desproporciones entre los cuatro factores que componen la renta agraria (volumen de las producciones, precios de venta, costes de producción y ayudas) han tenido un impacto negativo en los pequeños y medianos productores. Una dramática realidad en el campo que, sin embargo, ha sido invisibilizada y maquillada por los positivos datos macroeconómicos.
A pesar de la mejora meteorológica que 2018 ha supuesto respecto a 2017, cuando la Península Ibérica sufrió la peor sequía de su historia, el campo sigue preso de una alta variabilidad de las condiciones climatológicas, del avance del cambio climático y, sobre todo, de las injusticias de la cadena agroalimentaria.
Sobre este último aspecto, UPA ha explicado que el año 2018 se ha caracterizado por un nivel óptimo de muchas producciones, que ha estado acompañado por “cotizaciones desfasadamente bajas de los precios percibidos por los productores”. A su vez, los costes de producción han experimentado una inusitada subida de precios, sobre todo de la energía, los fertilizantes y los piensos. Por último, las ayudas se han mantenido, por lo que no han podido mitigar la mala situación económica que atraviesan los productores y, lo que es peor, en Bruselas se plantea un drástico recorte de la Política Agraria Común (PAC).
En resumen, durante 2018 el campo ha tenido que asumir cifras récord de sus costes de producción a la vez que ha sufrido el hundimiento del valor de sus productos. Desfases que los productores han tenido que soportar “mientras la espada de Damocles pende sobre sus cabezas”, porque un descenso del presupuesto de la PAC desencadenaría un futuro muy oscuro para la agricultura y ganadería familiares de Europa, han señalado desde UPA.