Hay dos opciones a la hora de elegir las semillas a utilizar: variedades tradicionales o variedades mejoradas. Cada una de ellas tiene aspectos positivos y negativos que es preciso valorar.
Desde el inicio de la domesticación de las plantas, hace alrededor de 10.000 años, los seres humanos han ido seleccionando aquellas que mejor se adaptaban a sus gustos, a diferentes usos (alimentación, vestido, calzado…) y a las diversas condiciones agroclimáticas que existen en la Tierra. El resultado de ese largo y lento proceso es lo que se conoce como variedades tradicionales.
Por otro lado, desde hace aproximadamente un siglo, nuevas formas de selección y mejora han permitido la obtención de variedades, entre las que destacan las denominadas híbridas, por procedimientos científicos.
Las variedades tradicionales se caracterizan, en primer lugar, por la amplia diversidad genética que tienen. Esto les ha permitido adaptarse a condiciones climáticas adversas (periodos de sequía o encharcamiento) o a diferentes suelos (pobres en nutrientes, con poca capacidad de retención de agua…). Además, el largo proceso evolutivo que han seguido les ha permitido generar mecanismos de defensa (pieles más duras, segregación de sustancias tóxicas…) ante el ataque de organismos que se alimentan de ellas, como los insectos, los hongos o las bacterias.
Otras características positivas de las variedades tradicionales son la capacidad que tiene el agricultor de reproducirlas cada año (lo que puede suponer en algunas especies de hortalizas un ahorro económico considerable), la mayor concentración que en algunos casos tienen de elementos nutritivos (minerales, vitaminas, proteínas…) y el creciente interés que están despertando en el mercado, especialmente en el sector de la restauración, por la mayor intensidad de sabor que presentan muchas de ellas.
Entre las características negativas de las variedades tradicionales se encuentran las siguientes: tienen una productividad más baja en condiciones intensivas de uso de insumos, en algunos casos sus frutos no toleran bien el transporte a largas distancias, sus frutos son heterogeneos y no son fáciles de encontrar, sobre todo en grandes cantidades.
Por el contrario, las variedades mejoradas científicamente, en especial las híbridas, presentan en general características opuestas a las variedades tradicionales. El uso de semillas híbridas de cultivos hortícolas se ha extendido de forma notable, principalmente en aquellas zonas con mejores condiciones de producción (suelos ricos y profundos, disponibilidad de agua…) y más intensivas en el empleo de tecnologías (invernaderos, maquinaria agrícola, fertilizantes y plaguicidas químicos…). Esta expansión se ha debido a varios aspectos: tienen rendimientos productivos más altos, los frutos son más homogéneos y se adaptan mejor a la recolección mecanizada, entre otros. No obstante, hay que tener en cuenta que para obtener productividades altas es necesario mantener a estas plantas en condiciones óptimas, mediante el empleo elevado de fertilizantes y con un preciso control fitosanitario y de hierbas.
En cualquier caso, la elección del material vegetal a utilizar en agricultura ecológica depende de otro factor no menos importante: el legal. En efecto, la normativa establece que las semillas y plántulas también han de ser obtenidas mediante los métodos de la producción ecológica. Por ello, es conveniente consultar al organismo de certificación y control correspondiente.