La sequía pone en jaque el cereal y almendro del norte granadino

Las adversidades climáticas: altas temperaturas de día, escasas lluvias y heladas nocturnas están empezando a dar la cara en los cultivos de invierno, sobre todo en los cereales que no han podido alcanzar su desarrollo normal en la mayoría de las zonas productoras de la provincia de Granada: Alhama, los Montes o Valle de Lecrín, y, aún peor en la zona Norte, donde las lluvias no solo han llegado demasiado tarde sino que han sido muy escasas, apenas superando los 5 litros por metro cuadrado en Baza o Huéscar, y poco más de 9 litros por metro cuadrado en Guadix, afectando a más del 50% de las siembras. Las previsiones más optimistas no apostarían siquiera por alcanzar la media de cosecha de los años 2013-2016, 53.000 toneladas para la cebada, 15.000 toneladas para el trigo o 24.000 toneladas avena, teniendo además en cuenta la disminución de la superficie de siembras totales de cereal, que han pasado de las 101.000 has en 2009 a las 82.000 has en 2018 en beneficio de las plantaciones de almendro y olivar.

La situación del almendro en la zona norte también se ha agravado debido a las heladas  producidas, precisamente, en las fases más delicadas de todo el año: la floración y el cuajado del fruto, sumándose también a ello la falta de agua que debilita la potencialidad productiva del árbol. Los daños no son aún cuantificables hasta que pase la primavera y se descubran los frutos caídos. El resto de las zonas productoras de almendra de la provincia: la Costa, Alpujarras, los Montes o el Temple, no sufren el mismo problema porque la floración es algo más tardía y no han bajado tanto las temperaturas por la noche, así, las lluvias caídas y las que se esperan en los próximos días serían muy beneficiosas.

Otros cultivos afectados por la falta de agua de invierno son: las proteaginosas (guisantes sembrados en el mes de enero) que tampoco han podido alcanzar su desarrollo normal, y las leguminosas (garbanzos) y oleaginosas (girasol), ya que los agricultores se van a retraer en su siembra, abril y mayo, respectivamente, por temor a la falta de recursos en los meses de verano a pesar de que las reservas hídricas de los pantanos rozan el 58%. En cuanto al olivar en secano, la ausencia de agua le ha supuesto a la planta un estrés hídrico que se traducirá en una cosecha más reducida, y el olivar en riego, si no cae agua suficiente durante la primavera, tendrá que insistir en riegos de apoyo para tener una capacidad óptima.

El déficit de lluvias también ha afectado al crecimiento del pasto natural, en comparación con un año hidrológico normal, obligando al aporte externo de alimentación de los animales con el consiguiente aumento de los costes de producción. También preocupa el riesgo de incendios al no poder los animales pastorear limpiando los montes y los campos de vegetación y rastrojos.

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