El suelo como ecosistema

Una de las principales aportaciones de la agricultura ecológica se basa en la visión de la agricultura como un ecosistema; esta nueva visión, más global, permite un mejor conocimiento de los diversos subsistemas y ciclos que lo forman, pudiendo así obtener conclusiones de manejo y diseño de sistemas agrarios que puedan ser sustentables en el tiempo.

El subsistema suelo es fundamental para el conjunto del ecosistema, la estructura y funciones de sus componentes son básicas para los necesarios intercambios de energía y nutrientes que se producen en este medio y que permiten la continuidad de todo el sistema.

 Como en todos los ecosistemas el ciclo de la materia y el ciclo de la energía están vigentes, y existen niveles distintos en las cadenas alimentarias (productores, consumidores primarios, consumidores secundarios, descomponedores). Todos los elementos que hay en este ecosistema están relacionados, de tal manera, que existen relaciones muy fuertes de dependencia, de parasitismo y de competencia.

Cada hueco del suelo, o cada centímetro cúbico del mismo es un verdadero nicho ecológico donde habitan una serie de especies macro y microscópicas que van a permitir que la materia esté siempre circulando.

Como todo ecosistema, el suelo es dinámico, evoluciona buscando etapas más maduras, de mayor complejidad, o puede sufrir regresiones que lo lleven a estados más juveniles.

La máxima expresión de esta estructura y funciones se da en un suelo maduro. Un suelo maduro tiende a un equilibrio dinámico, esto es: una situación de estabilidad con capacidad de respuesta frente a las alteraciones que provienen del ambiente exterior. En este sentido podemos considerar el suelo como un sistema histórico, en el que nuestra intervención llega a modificar, acelerar o frenar, su ritmo evolutivo.

Según Gómez Sal (1986), se da un proceso de capitalización del sistema, que es la base de la fertilidad y la sanidad del mismo. Este es el «capital» acumulado en su madurez: nutrientes, agregados capaces de retener agua y resistir la degradación, formaciones radiculares de reserva, mayor diversidad biológica, etc., en estas estructuras están las claves de su capacidad productiva y del mantenimiento de un estado de salud adecuado.

La evolución o dinámica del suelo: formación, madurez, muerte y vuelta a empezar.

Curiosamente, a pesar de ser la fuente de toda forma de vida y de toda alimentación, el suelo sigue siendo un medio poco conocido.

Los métodos tradicionales de análisis de suelos, dejan muchos elementos por conocer. Por ejemplo: el análisis físico reúne bajo un mismo término, «arcilla», componentes diferentes que le dan al suelo sus aptitudes para ser cultivado. Un suelo donde la arcilla sea, sobre todo, caolinita, será fácil de trabajar pero será poco fértil. Por el contrario, un suelo cuyas arcillas sean vermiculitas y esmectitas será más pesado y más rico.

Asimismo, el análisis físico corta el suelo en trozos suprimiendo así todas las relaciones sutiles que existen entre sus elementos. Tomar separadamente cada elemento, no tiene ningún interés agrícola; es la sinergia de todos esos elementos la que hará que el suelo sea fértil o no.

Este proceso puede tener origen natural, pero desde la invención de la agricultura, sabemos que el hombre es un agente activo de desertificación, sea por degradar la vegetación, por las talas completas, la quema o el sobrepastoreo; sea por las malas prácticas culturales como las labores en el sentido de la pendiente, la desnudez prolongada del suelo, o la falta de aportes de materia orgánica.

Con las actuaciones propias de la agricultura ecológica el suelo recupera sus capacidades, entre ellas la fertilidad ecológica, que debe compartir las propiedades de la madurez: estabilidad y diversidad (con las consiguientes ventajas sanitarias), con las juveniles: disponibilidad de nutrientes y capacidad productiva; y la funcionalidad, ya que las labores de cultivo adecuadas, la fertilización orgánica y la restitución de los restos de cosecha, junto a la no-aplicación de fertilizantes químicos

o productos fitosanitarios de síntesis, devuelven al suelo sus propiedades, su capacidad para evolucionar como ecosistema en equilibrio con la producción agraria, sin derrumbarse, sin tener que depender de las entradas de energía y materiales humanos para mostrar alguna función.

Una vez alcanzada la estabilidad o equilibrio, la
resistencia a los cambios es mucho mayor en el
suelo que en las comunidades de la parte aérea. El
agricultor debe recuperar y conservar la
funcionalidad del suelo, para lo cual debe tener
como referencia los suelos en condiciones naturales

(Bello, 1988).

En el fondo lo que se hace en la agricultura ecológica es imitar ecosistemas poco intervenidos y recoger algunas prácticas agrícolas tradicionales que muestran un gran sentido ecológico.

Interacciones entre las raíces de las plantas y los microorganismos del suelo.

Fijación del nitrógeno atmosférico.

La fijación se realiza por interacciones entre especies de la familia Leguminosae (leguminosas) y microorganismos del suelo de los géneros Rhizobium y Bradyrhizobium, con formación de nódulos en las raíces de las plantas.

La inclusión de leguminosas en los sistemas agrícolas ecológicos, junto a otras técnicas agronómicas, supone conseguir la independencia del suministro de nitrógeno químico. Cuando la nodulación es eficaz, las leguminosas aumentan el contenido de nitrógeno de la tierra al enterrarse los restos de estas plantas. Ésto es más claro para las leguminosas forrajeras que para las de grano, ya que parte del nitrógeno se exporta con la cosecha.

Micorrizas: asociaciones con hongos.

Las micorrizas son asociaciones simbióticas entre las raíces de las plantas y ciertos hongos del suelo, que juegan un papel clave en los ciclos de nutrientes del ecosistema y en la protección de las plantas contra estrés ambientales. La mayoría de las especies con importancia agrícola forman las llamadas micorrizas arbusculares. En este tipo de simbiosis, el hongo coloniza las células de la raíz y desarrolla un micelio que incrementa la capacidad de las plantas para adquirir nutrientes del suelo.

Es especialmente efectiva la captación de fósforo, mejorando la capacidad de la planta para acceder al depósito de fosfato soluble del suelo. Esta circunstancia hace interesante el empleo de la simbiosis en los sistemas de producción vegetal, bien se aprovechando las ventajas de los endófitos nativos de determinados suelos o aplicando inóculos de eficacia comprobada en semilleros, esquejes o microplántulas en situación de viveros. Utilizar este recurso biotecnológico supondría, además, una reducción de los fertilizantes químicos y pesticidas. (Jaizme, 2009).

Aunque la función más destacable es el incremento de la asimilabilidad del fósforo, también aumentan la absorción de otros nutrientes como: potasio, azufre, cobre y cinc. Las micorrizas capacitan a las plantas para establecerse en condiciones difíciles y aumentan su resistencia a las enfermedades, por mecanismos como la producción de hormonas y el estimulo directo del crecimiento. La intensidad de su implantación depende de varios factores: nutrición de la planta y presencia de fertilizantes, pesticidas (sobre todo fungicidas), intensidad luminosa, humedad, pH y susceptibilidad de la planta.

Según la Dra. Jaizme (2009), los principales efectos demostrados de la inoculación temprana con micorrizas arbusculares son:

  • Estimulación del enraizamiento y del crecimiento de las plántulas.
  • Mejora en el enraizamiento de los esquejes.
  • Mejora en la supervivencia y desarrollo en las microplá
    ntulas durante la fase de aclimatación o endurecimiento.
  • Incremento en la resistencia de las plantas al ataque de patógenos de raíz.
  • Aumento en la tolerancia a estrés abióticos (hídricos, salinos, etc.).
  • Precocidad en la floración y fructificación.
  • Incremento y uniformidad de la producción (Azcón-Aguilar y Barea, 1996).

La aplicación excesiva de fertilizantes químicos fosforados y nitrogenados afectan negativamente la formación de las micorrizas, así como la aplicación de productos fitosanitarios (Barea, 1988)

Se reconoce el papel protector de las micorrizas frente a diversos hongos, bacterias y nemátodos del suelo, como: Phythophtora, Fusarium, Pythium, Rhizoctonia, Sclerotinia, Meloidogyne (Barea, 1988)

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